Aporrean la puerta la incredulidad, la indignación y el ansia de
justicia. Vienen con ganas. "Pasad, os estaba esperando". Ahora necesitamos una repetición. Una buena, de las de ángulo
imposible y cámara lenta, que nos regale el clásico bucle cabreo-repetición-cabreo. Cada visionado adicional es esa otra copa que no te hace falta pero que te vas
a tomar. Porque sólo hay algo mejor que tener razón y es llenarte de razón. Pocas situaciones en la vida, ninguna si lo reducimos al ámbito del ocio, pueden proporcionarte un enfado tan pleno como una buena injusticia en un partido. Los enfados
futboleros son tan acogedores que es complicado renunciar a retozar un rato.
Sólo cinco minutos más.
“Instalar demonio. Sí a todo”. Ahora que el incendio ya está
dentro, te animas a comprobar que fuera el mundo es consciente de la
infamia y partícipe de tu causa. Nada bueno se avecina. Tendrías que conformarte
con un cabreo en la intimidad. Perfecto, minuciosamente estructurado, con todos
los ingredientes en su justa medida. Pero te asomas y sólo está el silencio
humillante, incluso amparo -si es que no son lo mismo-, que ha encontrado la originalidad de Suárez. “Forcejeo”.
“Disputa”. “Pugna”. Festival de eufemismos. Era visto, la culpa es tuya. De nuevo
ese regusto en el paladar. De nuevo hay tanta infamia sobre el escenario como en el auditorio.
Pero esto no ha terminado. Las únicas voces
de denuncia, además de las propias, claro, proceden de ese madridismo que se
relame ante los acontecimientos porque son un cheque al portador para alimentar la trinchera
continua. ¡Más madera! Indignación impostada o, peor,
interesada. Una intromisión inaceptable. Y eso sí que no. Somos egoístas en el agravio; es mío y
sólo yo estoy legitimado para cabrearme. La injusticia se mastica en familia. Cuesta resistir la tentación de entregarse a un enfado justificado, a veces incluso a uno injustificado, pero en ambos casos te ocupas del asunto con los tuyos, no delegas en falsos
justicieros y mucho menos en aficionados de oportunidad. Qué fácil es subirse
al carro cuando ya hay una buena bronca sobre la mesa, lista para degustar.