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jueves, 17 de enero de 2013

La dimensión de una leyenda

La historia de Fran es la de un tirillas al que su hermano mayor llevó a A Coruña para convertirse en una leyenda del Real Club Deportivo. Cuando salió de Frións, en Carreira, apenas imaginaba hacia dónde iba. Se fió de José Ramón, que insistió en que le pegaba bien a la pelota e hizo de su representante hasta que el balón habló más y mejor que él.

Un cuarto de siglo después, celebramos haber disfrutado al gran talento contemporáneo del fútbol gallego, a un icono difícil de superar. Nadie ha defendido la camiseta blanquiazul en más ocasiones. Jamás vistió otra. Alzó todos los títulos del club y estuvo presente en las mayores gestas de su historia, poniendo nuestro acento en todos los templos del balompié continental y representando como nadie la etapa más gloriosa de la entidad herculina.

Con números similares, aunque con mayor peso en sus combinados nacionales, otros "one club man" como Steven Gerrard o Francesco Totti son figuras que trascienden Liverpool y Roma. Lo hacen porque encarnan la trayectoria que cualquier hincha soñaría para sus colores, el modelo que querría enfundado en la zamarra que agita su pasión.

Fran era un extraño en la banda. Sin velocidad, se las tuvo que ingeniar para desequilibrar en un hábitat reservado para pisar el acelerador. Su gran talento era otro que resiste mejor el paso de los años. Desde el exilio del costado zurdo demostró ser un superdotado para la asociación. Su influencia en el juego combinativo inclinó el campo hacia sí dirigiendo al equipo desde la izquierda y cayendo al centro para ampliar el mapa de carreteras. Con escuadra y cartabón destripó como nadie la espalda rival. El mejor socio de la pelota sembró vida a su paso: en la banda, hizo internacionales a los laterales que supieron complementarse con él; en el área, lanzó hacia el gol a artistas del desmarque y la definición. Fran era pausa, amago, inteligencia, último pase.

La historia quiso que el de Carreira adornase al mejor Dépor de la historia. Pero la suerte que el destino le concedió en su club se la negó con España. En la edad de piedra del fútbol español, cuando los centrales jugaban de cerebro y Salinas pescaba goles, a años luz de los "bajitos", Javier Clemente no encontró sitio para O Neno. Pero no es culpa del "Rubio de Barakaldo", sino de Fran, por cometer semejante error generacional. Resulta casi más amargo que grato recordar el 9-0 a Austria en Mestalla, como muestra de lo que pudo ser y no fue. Un festival de fútbol junto a Guardiola y Valerón, digno prólogo de la historia que otros escribirían casi una década después.

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