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jueves, 24 de enero de 2013

El Deportivo de los vascos

Cada verano, Jon Aspiazu acude a una cita con sabor a Dépor. Se celebra a muchos kilómetros de la ciudad donde fue feliz y a la que vuelve este fin de semana como segundo entrenador del Valencia. Ejerce de anfitrión de este encuentro anual, en su casa de Vitoria, el también ex blanquiazul Peio Uralde. El delantero vitoriano invita a comer, aunque Jon sabe que si le dejan revolverse en el área habrá prórroga y penaltis y la comida puede acabar en cena. En la convocatoria figuran otros ilustres como Martín Lasarte, Santi Francés o Alberto Albístegui. Cromos de un equipo rocoso, peleón, de fútbol sin gomina, vestuario modesto que puso las primeras piedras del Súper Dépor y de todo lo que vendría después.

Aspiazu llegó a Riazor en el año 87, a un Deportivo que no pisaba Primera desde junio de 1973. Cogió la maleta y dejó el Sestao, donde compartía vestuario con Ernesto Valverde y José Luis Mendilíbar a las órdenes de Jabo Irureta. Cambió la tranquilidad de su casa por un club convulso en el que hizo la pretemporada con Eusebio Ríos, comió el turrón con Rodríguez Vaz y salvó la temporada con muchísimos apuros de la mano de Arsenio Iglesias. Entre medias, el mediocentro bilbaíno arropó al imberbe Fran en sus primeras carreras profesionales.

Las tres siguientes campañas reservaban a Aspiazu y sus compañeros de mesa logros de mayor trascendencia que los sudores de evitar el pozo de Segunda B. El vizcaíno se convirtió en indiscutible en la sala de máquinas de un equipo en el que eran habituales Lasarte, Gil, Fran, Vicente o Raudnei. Juntos vivieron, y rememoran, la semifinal de Copa robada en Zorrilla y que habría servido para jugar la Recopa de Europa. Soriano Aladrén impidió lo que entonces se lloró como una oportunidad única.

Aquel Dépor de los vascos despegó en la siguiente campaña, la 89-90. Tuvo opciones de ascenso directo hasta la penúltima jornada, pero cayó en Chapín y hubo de conformarse con la promoción. Tras un partido de ida en el Heliodoro en el que los coruñeses fueron superiores al Tenerife a pesar del empate sin goles, el 0-1 una semana después en Riazor devolvió el sabor amargo de otra ocasión irrepetible que se escurría.

Lo que no sabía aquel grupo era que no sólo no era irrepetible, sino que se mejoraría el año siguiente. El Deportivo llegó a la última jornada ante el Murcia para vivir la historia mil veces contada del incendio de la cubierta de Preferencia, los dos goles de Stojadinovic y el ansiado ascenso. Para algunos, como el propio Aspiazu o Uralde, que había jugado el mundial 82, el ascenso significó el último hito relevante en sus carreras; otros, como Santi Francés, ni siquiera llegaron a sentir el tacto de la Primera División. Pero es un trozo de historia que les pertenece, como son suyos también, en parte, los capítulos que escribieron los que vinieron detrás.

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